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UNA CAJA CON COSAS DENTRO

Arrebatos

Una vez conocimos al cineasta francés Jean Rouch. Vino a la cinemateca del Museo de Bellas Artes de Bilbao a dar una conferencia sobre sus películas y estuvimos escuchándole y tomando notas sobre lo que decía.
Hoy, durante este domingo soleado y frío en la ciudad oriental de Montevideo, me acuerdo de Jean Rouch (1917-2004) y recupero una de sus frases:
"Una película es una idea, fulgurante o lentamente elaborada, pero irreprimible, cuya expresión sólo puede ser cinematográfica. Para mí, hacer una película es una cosa tan especial, que las únicas técnicas aludidas son las propias técnicas del cine: la toma de imágenes y de sonidos, el montaje de la imagen y las grabaciones.
Nunca he escrito nada antes de comenzar un filme, y cuando por motivos administrativos o financieros me he visto obligado a redactar un guión, una escaleta o una sinopsis, jamás se han realizado los filmes correspondientes".

“Fuego”

Inicio del cuaderno de notas de aquel director de cine venezolano que en agosto de 1976 rodó una película titulada Maneras de decir adiós.

"Justo antes de tomar el vuelo que me alejaría por siempre de Caracas, escuché por radio que una tormenta de nieve iba a sepultar Hokkaido. Imaginar aquella ciudad helada hizo que sintiera mucho frío en mi pie izquierdo. Siempre sucedía así; mi pie izquierdo inmóvil y la sangre endureciéndose poco a poco hasta paralizarme por completo. Recordé que en tu última llamada habías dicho que algo estaba a punto de suceder. También me preguntaste si iba a ir.
Se apagaron las luces del avión y todo quedó en silencio. Cerré los ojos y soñé con la desaparición en los Alpes del alpinista alemán que encontró hace años una momia conocida como “El hombre de hielo”. Sentí otra vez frío y me desperté. Miré por la ventana del avión y fue entonces cuando descubrí que en algún lugar lejano, una tormenta eléctrica estaba iluminando las nubes con una violencia irreal. Observé aquel espectáculo de reflejos y estallidos casi sin poder respirar y en aquel momento supe que algo estaba sucediendo. Recordé otra vez nuestra última conversación telefónica. Yo te había preguntado qué podríamos hacer nosotros viviendo en una ciudad helada. Respondiste con una palabra. Una sola palabra. Después la comunicación se cortó".

Vidas soñadas

Vidas soñadas

El día de hoy ha sido justo como el final de esta película.
La vie rêvée des anges, Erick Zonka, 1998.

Algunas preguntas

1.
¿Hay películas que sólo pueden verse de noche?
No lo sé.
Hay algunas películas que sólo pueden verse de noche y en verano. Al menos es lo que parece en un principio, cuando las imágenes muestran una merienda familiar en el campo durante un soleado día francés. Pero sucede a veces que poco a poco los pies van quedándose fríos y que uno olvida que vive en un hemisferio en el que las estaciones van justo del revés. Y al calor le sigue el frío.
En todo esto pensaba mientras veía Le Bonheur (La felicidad), película que Agnès Varda dirigió en 1965.

2.
-Me encanta el campo. No sé qué prefiero, el olor a madera, a hierba o a río.

3.
Por un momento imaginé una sesión doble en la que a esta película de Agnès Varda le siguiera La peau douce (La piel suave, 1964) de François Truffaut.
Y después preguntaría una vez más:
-¿Qué vamos a hacer ahora?

4.
(…)
-Es la casa blanca de la plaza.
-¿La Avenida Paul Bert?
- Sí. Número 4, entrada B, quinto piso a la derecha. Me llamo Émilie Savignac

5.
Ella se llama Émilie Savignac y vive en la Avenida Paul Bert.
Podría pasarse también en esa imaginaria sesión de cine de invierno aquella película danesa titulada Reconstrution (Reconstrucción de un amor, 2003) y dirigida por Christoffer Boe.

6.
-Yo también te quiero. Me siento feliz. Sé feliz también y no te preocupes. Soy libre, feliz y no eres el primero. Ámame.

7.
¿Es La felicidad una película sobre la felicidad? ¿Es La felicidad una película sobre la infidelidad? ¿Es La felicidad una película extraña sobre el amor?
En todo esto pensaba mientras veía Le Bonheur (La felicidad), película que Agnès Varda dirigió en 1965.

Ninguno de los hermanos Marx tenía barba

Ninguno de los hermanos Marx tenía barba

Esta semana toca repasar el cine de los años treinta, la llegada de Hitler al Reich y los documentales de Leni Riefenstahl en Nüremberg y en las olimpiadas. El programa incluye fragmentos de El triunfo de la voluntad (Triunph des Willens, Leni Riefenstahl, 1935) y el pase de dos películas que retratan la guerra y el nazismo desde su lado más absurdo: Duck soup (Sopa de ganso, 1933) de Leo McCarey y The great dictator (El gran dictador, 1940) de Charles Chaplin.
Sucede algo muy extraño con la película de patos y países enfrentados de los hermanos Marx: recuerdo haber visto una versión doblada al español en la que Groucho lanzaba una frase tan aguda que desde entonces la incorporé a mi biografía. La secuencia situaba a Groucho sentado sobre una señora multimillonaria. En un momento, ella le preguntaba con voz de enamorada:
- ¿En qué piensas, Rufus?
Y él respondía:
- En los años que he perdido haciendo agujeros a las regaderas.
¡Pero en la versión que puse ayer este diálogo había desaparecido!
La versión en inglés de la película, con Groucho sentado sobre la multimillonaria y enamoradiza señora, dice así:
- Rufus, what are you thinking of?
- All the years I’ve wasted collecting stamps.
Y no es lo mismo perder el tiempo coleccionando sellos que perder el tiempo haciendo agujeros a las regaderas. Hacer agujeros a las regaderas seguro que lleva mucho más tiempo. Digo yo.

La cara oculta de la luna

Cada vez que veo El hombre sin pasado (Aki Kaurismäki, 2002) me acuerdo de Frankenstein (James Whale, 1931). Cada vez que veo Frankenstein, me acuerdo de El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973).
Nunca he estado en Finlandia. Nunca he cenado dentro de un contenedor. Nunca he tenido una de esas máquinas de discos llamadas "jukebox". Pero quiero que en algún momento de mi vida alguien me cuente que estuvo en la luna, que hacía un poco de frío, que no vio a nadie y que volvió a la tierra para cenar conmigo dentro de un contenedor ilumidado por velas.
Es uno de los diálogos más raros de la historia del cine:

-¿Cocina a menudo?
-No mucho.
-Los frijoles estaban buenos.
-Ayer fui a la luna.
-¿Cómo estaba?
-Tranquila.
-¿Vio a alguién?
-No, era domingo.
-¿Por eso regreso?
-Sí, y por otras cosas.

La Bici-Moto

La Bici-Moto

Llevamos unos días debatiendo sobre cuál es la mejor forma para moverse por la ciudad de Montevideo. Está el ómnibus 131 bajando por Boulevard Artigas, el bondi que lleva hasta Colonia Sacramento, el coche de J. dándonos paseos por la rambla, las bicicletas plateadas de la marca Mercier o el metro invisible que tiene parada en una de las salas de Cinemateca (el motor del proyector de 35 milímetros suena como si el subte estuviera a punto de llegar). Después está la Vespa del año 61, con la que podríamos emular los paseos romanos de Nanni Moretti y unir la Avenida 18 de julio con la Fontana de Trevi.
Pero hace unos días dí con una solución totalmente cinematográfica para esto de los desplazamientos uruguayos. Fue mientras veía Mon oncle, la película de silbido inolvidable que dirigió Jacques Tati en 1958.

Habitación 2046

Me escribe desde la ciudad japonesa de Nara el buen amigo R. y me cuenta que los cines Ideales de Bilbao cierran para siempre. El Ideal Cinema fue inaugurado el 30 de diciembre de 1926. Mi tía Cuchu vivía muy cerca de esos cines y siempre que visitábamos su casa terminábamos viendo una película en los Ideales. Nunca nos gustaron demasiado sus salas pequeñas y el color azul grisaceo de las butacas. Nunca nos gustó demasiado su programación.
- ¿Quiebra?
- Van a hacer un hotel.
- ¿Un hotel?
- ...
- ...
Quizá dentro de muchos años seamos escritores de novelas de samuráis y terminemos viviendo en alguna de las habitaciones de un hotel que un día fue un cine llamado Ideal.

Bajo el agua

Bajo el agua

Sunset Boulevard, dirigida por Billy Wilder en 1950.

"El cadáver de un joven flotaba en la piscina de su mansión. Tenía dos disparos en la espalda y uno en el estómago.
Nadie especial. No era más que un guionista con un par de películas secundarias en su haber. ¡Pobre imbécil! Siempre quiso tener una piscina".

El nadador

Este cuaderno de notas comenzó con una frase en la que decía que me gustaban los viajes largos en tren e ir al cine en países extranjeros. En aquella ocasión no dije que también me gustaba nadar y escribir sobre películas en las que hubiera piscinas.
Comienzo recordando al escritor John Cheever. El nadador es el título de uno de los cuentos que recoge su libro La geometría del amor. El director de cine Frank Perry dirigió una adaptación de este relato en 1968. Nunca he visto esta película pero todas las reseñas dicen que es extraña.
El texto de Cheever es raro. Y desde que lo leí, planeo la forma de atravesar la ciudad de Montevideo saltando de pileta a pileta hasta llegar a la "última piscina".
Tomo aire y escribo ahora el comienzo del relato. Una, dos y tres:
"Era uno de esos domingos de mediados de verano, cuando todos se sientan y comentan:
-Anoche bebí demasiado.
Quizá uno oyó la frase murmurada por lo feligreses que salen de la iglesia, o la escuchó de labios del propio sacerdote, que se debate con su casulla en el vestiarium, o en las pistas de golf y de tenis, o en la reserva natural donde el jefe del grupo Audubon sufre el terrible malestar del día siguiente.
-Bebí demasiado -dijo Donald Westerhazy.
-Todos bebimos demasiado -dijo Lucinda Merril.
-Seguramente fue el vino -dijo Helen Westerhazy. -Bebí demasiado clarete.
Esto sucedía al borde la piscina de los Westerhazy. La piscina, alimentada de un pozo que tenía elevado contenido en hierro, mostraba un matiz verde claro."

Sombras (2)

Y mientras yo escribía desde Montevideo la frase fantasmal de Manoel de Oliveira, Víctor Erice publicaba en El País de España un texto en el que hablaba de espectros, de El cielo gira y del ritual del tiempo y del espacio.
A veces sólo es necesario cerrar los ojos y repetir un nombre tres veces: "Soy Ana, soy Ana, soy Ana...".
Párrafo final de ese texto firmado por Erice:
"(...) En la estela de esta experiencia primordial, El cielo gira es una de esas películas, tan escasas hoy en día, a través de las cuales el cinematógrafo, ese fantasma de la realidad -como lo ha llamado Manoel de Oliveira-, escapando de los límites del audiovisual, se reencarna y viene hacia nosotros".

Sombras

Manoel de Oliveira en Lisboa Story (Wim Wenders, 1995)

"La cámara puede capturar un momento, pero ese momento ya ha pasado. El cine conserva la huella de un fantasma de ese momento".

Cannes

0.
Han pasado ya tres años desde que estuve por primera y única vez en el festival de cine de Cannes. Publiqué aquel viaje en las páginas de una revista que ya no existe. Hoy recupero ese texto. Es la única forma que tengo para poder estar al mismo tiempo en el lugar en el que ahora me encuentro y en una sala de cine oscura y luminosa de la lejana costa de Francia.

1.
Estuvimos mucho tiempo en silencio después de ver la última película de Víctor Erice. Después buscamos una playa de olas gigantes para bañarnos de noche.

2.
Hace un tiempo, volviendo a casa de madrugada, encontré un mapa de carreteras de Francia, uno de esos de la marca Michelín con anuncios de las Galerías Lafayette de París en la parte posterior. Guardé el mapa en una caja y no me acordé de él hasta que la prensa anuncio que Víctor Erice iba a presentar su nueva película en el Festival de cine de Cannes.

- ¿Cómo se llega a Cannes?
- No sé.
- ¿Tienes un mapa?
- Hace un tiempo, volviendo a casa de madrugada…

3.
Calculé que la distancia desde mi casa hasta el festival era de mil doscientos kilómetros y dibujé un plano de carreteras marcando con una equis de color azul las paradas que iba a realizar. Había sólo dos equis.
Llegué a la conclusión de que tampoco era tanta la distancia. Llegué a la conclusión de que tampoco era tanto el tiempo. Sobre todo teniendo en cuenta la trilogía en forma de décadas que había construido Víctor Erice: 1972, El espíritu de la colmena; 1982, El Sur; 1992, El sol del membrillo. Tres veces diez.

4.
Conducir de madrugada por una carretera sin coches y escuchando emisoras en otro idioma no era sólo conducir de madrugada sino viajar hacia algún lado. Me acordé entonces de las historias que contaban viajes clandestinos al otro lado de la frontera y de los trenes con destino a cualquier cine de nueva ola de la ciudad de París.
Hice una primera parada en Barcelona. Recogí a Miguel y decidimos turnarnos al volante.
Ahora nos tocaba viajar a nosotros. Ahora todo estaba mucho más cerca; tanto, que justo en el momento en que escribía en mi cuaderno de notas “estamos cruzando la frontera”, acabábamos de cruzar la frontera.

5.
“Aquí se rodó una película”. Los veranos eran muy largos, yo era un niño y las películas eran acontecimientos de domingo que terminaban siempre con trompetas del séptimo de caballería ahuyentando a indios de nombres misteriosos. Por eso me llamó tanto la atención que cerca de nuestra casa de verano se hubiera rodado una película. Y es que el cine era algo que siempre sucedía lejos.

- Aquí se rodó una película.
- ¿Dónde?

Una carretera muy larga, unos árboles y una casa en medio de ninguna parte. En invierno encendían el fuego bajo y salía humo por la chimenea del tejado. En verano llegaba un coche con matrícula de Madrid y unos niños a los que nunca me atreví a saludar, jugaban a indios y a vaqueros en el jardín.

6.
He vuelto muchas veces a observar desde lejos la casa en la que se rodó El Sur. Incluso una vez intenté hablar con aquel matrimonio que cuidaba de la casa durante los meses de invierno, pero en aquella ocasión me dijeron que el señor estaba hospitalizado y que no era posible. Después supe que murió y que el cuidado de la finca pasó a uno de sus hijos, el que tenía un bar en el pueblo.
Nunca he estado dentro de la casa, pero todos los veranos paseo por la carretera muy larga que va desde Ezcaray hasta Zorraquín y me paro delante de la puerta de la villa. En la película se llamaba La Gaviota. Ahora se llama Carmen. El camino está flanqueado por castaños de indias y una vez pasada la casa se llega hasta el cruce de Santa Bárbara, con la ermita en lo alto y una fuente llamada “de los estudiantes” a sus pies. El agua de esta fuente sabe a hierro.

7.
Todo comienza con el llanto de un recién nacido. Todo. También la última película de Víctor Erice (Alumbramiento, 2002). 130 planos fijos y en blanco y negro: lo que sucede cuando parece que no sucede nada, lo que no se ve, lo que casi no existe: un niño durmiendo, la siesta de los mayores, un reloj de péndulo, unas manos jugando al solitario en el salón, una máquina de coser, una niña columpiándose con los pies descalzos, una gota de agua cayendo en el fregadero de la cocina… Y en el desván, un niño dibujándose un reloj de agujas en su muñeca. La película termina con una fecha: el 28 de junio de 1940, cuando el ejército alemán clavó la bandera del III Reich en el puente internacional de Hendaya, sobre el río Bidasoa.
Yo apunto otra: 19 de mayo del 2002 a las 16h 30 en el teatro Claude Debussy de Cannes.

8.
Durante diecisiete años pasé todos los días de mi vida por delante de un cine que se llamaba Cine Astarloa y que estaba de camino a mi colegio. Lo derribaron hace un año y en su lugar han construido un bloque de viviendas en las que pronto comenzará a vivir gente.
A mí me gusta imaginar que las sombras de aquellas películas siguen por algún lado, que las voces de los actores pueden escucharse aún si uno presta atención.

9.
Estuvimos mucho tiempo en silencio después de ver la última película de Víctor Erice. Cuando se hizo de noche, buscamos una playa de olas gigantes para bañarnos.
Después cerramos los ojos y estuvimos durmiendo por muchos años.

Do, Re, Mi, Fa, Sol (y una entrevista)

Estamos estos días hablando de la llegada del sonoro al cine, de El cantor de Jazz, del final de Murnau, de Fritz Lang convirtiéndose en la sombra de un ganster vampiro, de Buster Keaton tomando pastillas contra la ansiedad, de los grandes estudios asentándose en la costa Oeste, de los depresivos años treinta y de los felices musicales en blanco y negro llenos de bailarinas anónimas.
Ayer vi otra vez Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952). Y mientras bailaba en voz baja, recordé un número musical de la última película de Tsai Ming-liang y pensé que era una verdadera pena el no haber visto nunca musicales orientales protagonizados por la gran Grace Chang, toda una musa en el cine de Hong Kong de los años cincuenta.
Si algún día tengo un cuaderno de cine en el que poder escribir películas, me inventaré una entrevista entrañable a uno de estos bailarines anónimos que trabajaron en las grandes producciones musicales de los estudios.
- ¿Cuál fue su papel en Mambo girl?
- Yo salía en la secuencia final de la piscina, justo en la parte de atrás, al lado de una chica vestida de sardina de color verde. Yo iba disfrazado de pulpo, y tenía que mover mucho los brazos para que los tentáculos se movieran. Recuerdo que el director, el señor Wen Yi, no dejaba de gritar "¡Los pulpos, que su muevan los pulpos!".
- ¿Volvió a trabajar en alguna otra ocasión con Grace Chang?
- Sí, en La rosa salvaje. En aquella película tenía una aparición muy breve en la secuencia de las ventanas. Era el momento en el que los enamorados se despedían, y yo, junto con los otros bailarines y figurantes, tenía que decir adiós desde uno de los balcones y después lanzaba pañuelos desde la parte alta de la estación.
- ¿Es cierto que en Amor eterno se lesionó en el número musical de las cartas?
- Sí. Siempre he tenido los pies muy débiles. De pequeño tuve que llevar uno de esos aparatos de hierro, pues nací con el pie derecho un poco torcido. En aquel número, iba montado sobre una bicicleta y atravesaba el escenario manejando sin manos. El director, en este caso el señor Li Han Xiang, dijo que quería que nos entregáramos con todas nuestras fuerzas en ese número. Yo crucé el escenario en aquella bicicleta con todas mis fuerzas. Claro que no sabía que los frenos estaban rotos. Me rompí la rodilla y un diente. La señora Chang vino a visitarme al hospital. Y nunca olvidaré las palabras que me dijo cuando se despidió de mí en aquel hospital. "No se preocupe, joven. Dentro de muchos años y en algún lugar del mundo, hablarán sobre nosotros. El cine nos hará inmortales".

Nada (y todo al mismo tiempo)

Una película invisible.
Y sucedió, que cuando giré ligeramente la cabeza,

- Sólo puedo decirte que ya no queda nada por decir.
- ...
- Si giras ligeramente la cabeza...
- ¿Dónde?
- Aquí.
- ¿En la isla de Faaroe?
- No. En cualquier parte.
- ¿Esto es el final de una película?
- Ya no hace falta decir nada.

Círculos

Círculos

0.
¿Y allí qué hora es?
Tsai Ming-liang
2001

1.
- ¿A dónde vas?
- A París.
- ¿París?
- Francia.

2.
En París son siete horas menos que en Taipei.
En Montevideo son cinco horas menos que en París.

3.
- ¿Sí, puedo ayudarle?
- ¿Tiene películas francesas?
- ¿Filmes franceses? Claro. ¿De acción, de detectives? ¿Algún director en particular? Nos especializamos en clásicos.
- ¿Tiene algo sobre París?
- Claro. Hiroshima mon amour, Los 400 golpes… Eche un vistazo.

4.
La última vez que estuve en París volvía de un viaje en el que visité Estrasburgo y Stuttgart.
A Estrasburgo viajé para asistir a un festival de cine. Uno de los premios importantes del festival lo ganó un buen amigo. Lo celebramos bebiendo vino y comiendo uno de esos bocadillos de pan de pita y cordero que venden en los restaurantes turcos.
A Stuttgart viajé para visitar a una amiga que estudiaba arquitectura. También era una forma de conocer el lugar en el que el escritor suizo Robert Walter había trabajado como periodista.
La última vez que estuve en París me quedé a dormir en casa de Silván. Y sucedió algo extraño. Resultó que su apartamento estaba justamente en un portal que yo había fotografiado muchos años antes. Recuerdo que en aquel primer y lejano viaje, pasé un par de días caminando por los barrios de la ciudad y sacando fotos en blanco y negro. En uno de aquellos paseos, entré en una cabina telefónica; y desde allí saqué una fotografía en la que se puede ver a una joven pasando por delante de una peluquería oriental y dirigiéndose hacia un portal cercano.
Cuando llegué a casa de Silván después de haber visitado Estrasburgo y Stuttgart, reconocí el cartel con letras chinas y la puerta en la que aquella joven había desaparecido para siempre. No recuerdo lo que soñé aquella noche.

5.
El hotel en el que se hospeda la protagonista de ¿Y allí qué hora es? se llama Hotel Bonne Nouvelle. Está situado en la calle Beauregard número 17. He estado buscando en Internet y he encontrado el teléfono del lugar: (33) 01 45 08 42 42.
La siguiente vez que vea la película, apuntaré el número de la habitación en la que se hospedaba Shiang-chyi.

6.
No sabía que mi abuelo había estado en París. Durante la cena de ayer, me contaron que cuando mi abuelo viajó a esta ciudad, pasó toda una noche caminando por sus calles, por sus puentes, por sus barrios.
Hace muchos años pasé una noche caminando por las calles de París. Hacía mucho frío. Recuerdo que encontré un guante de cuero negro.

7.
Una de las primeras notas de este cuaderno fue una imagen y una reflexión sobre el final de una película titulada Viva el amor (Tsai Ming-liang, 1994).
¿Por qué la protagonista llora con tanta desesperación?
Han pasado ocho años desde aquella película y la que hoy comento. Y el llanto sigue siendo igual de triste.
Llorar en París.

Hacer cine

Ayer por la noche me contaron una historia que en breve se convertirá en guión de largometraje y que en un año se estará rodando.
Hoy escribo una frase de Chris Marker, que es la mejor forma que tengo para responder a una pregunta que ya hice en este cuaderno:
- ¿Y qué hacemos ahora?
"Poseemos los medios para rodar de forma íntima y solitaria. El proceso de hacer filmes en comunión con uno mismo, como trabajan los pintores o los escritores, ya no conduce necesariamente a lo experimental. La noción de mi camarada Astruc de la caméra-stylo era sólo una metáfora. En su época, el más humilde producto cinematográfico requería un laboratorio, una sala de montaje y mucho dinero. Hoy, un joven cineasta sólo necesita una idea y un pequeño equipo para probrarse a sí mismo".
La película se estrenará en el año 2007. Entonces nos acordaremos de la frase de Marker y de este cuaderno.

Fin

Fin

Fin de un viaje. Efectivamente, al final hábía mucha agua. Agua grande.
Algún día escribiré unas palabras sobre la relación del cine con las piscinas. Me gustan las películas en las que salen piscinas. También las películas en las que nieva.

Subtropical Maladie

Subtropical Maladie

Una vez hablé de la selva en este cuaderno. Una vez hablé de la última película del director tailandés Apichatpong Weerasethakul (Tropical Maladie, 2004). Y después de la visita a las cataratas, se me ocurre pensar que esa película podría haberse rodado en la selva de Iguazú. ¿Por qué a ningún director argentino se le ocurre rodar en la selva? ¿Por qué el llamado “nuevo cine argentino” da la espalda a las posibilidades de su territorio? Lucrecia Martel se atrevió con los paisajes rurales en La Ciénaga (2001). Pero no existe una película argentina que retrate la espesura verde y subtropical de manera creativa.
Hay quienes se empeñan en situar lo exótico en países lejanos. Pero lo exótico está mucho más cerca. Sin ir más lejos, Bankog, Argentina, Brasil y Montevideo están hoy en un mismo lugar.
Aquí mismo.

Heterónimos

En la página 167 de la guía de teléfonos de la ciudad brasileña de Foz do Iguaçu hay 24 personas que se apellidan Pessoa. He estado repasando los nombres, direcciones y teléfonos y creo haber encontrado una de esas pistas que a veces uno encuentra en libros raros o en películas lejanas.
En la página 167 de la guía de teléfonos de la ciudad brasileña de Foz do Iguaçu hay un señor que se llama F. Geraldo Pessoa. Vive en la calle Velho 383 B y su teléfono es el siguiente: 5265618.
Si yo fuera un escritor brasileño con sombrero y lentes, también me llamaría Geraldo. Y conduciría un cadillac por las carreteras de color rojo que rodean el parque nacional de las cataratas.