Do, Re, Mi, Fa, Sol (y una entrevista)
Estamos estos días hablando de la llegada del sonoro al cine, de El cantor de Jazz, del final de Murnau, de Fritz Lang convirtiéndose en la sombra de un ganster vampiro, de Buster Keaton tomando pastillas contra la ansiedad, de los grandes estudios asentándose en la costa Oeste, de los depresivos años treinta y de los felices musicales en blanco y negro llenos de bailarinas anónimas.
Ayer vi otra vez Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952). Y mientras bailaba en voz baja, recordé un número musical de la última película de Tsai Ming-liang y pensé que era una verdadera pena el no haber visto nunca musicales orientales protagonizados por la gran Grace Chang, toda una musa en el cine de Hong Kong de los años cincuenta.
Si algún día tengo un cuaderno de cine en el que poder escribir películas, me inventaré una entrevista entrañable a uno de estos bailarines anónimos que trabajaron en las grandes producciones musicales de los estudios.
- ¿Cuál fue su papel en Mambo girl?
- Yo salía en la secuencia final de la piscina, justo en la parte de atrás, al lado de una chica vestida de sardina de color verde. Yo iba disfrazado de pulpo, y tenía que mover mucho los brazos para que los tentáculos se movieran. Recuerdo que el director, el señor Wen Yi, no dejaba de gritar "¡Los pulpos, que su muevan los pulpos!".
- ¿Volvió a trabajar en alguna otra ocasión con Grace Chang?
- Sí, en La rosa salvaje. En aquella película tenía una aparición muy breve en la secuencia de las ventanas. Era el momento en el que los enamorados se despedían, y yo, junto con los otros bailarines y figurantes, tenía que decir adiós desde uno de los balcones y después lanzaba pañuelos desde la parte alta de la estación.
- ¿Es cierto que en Amor eterno se lesionó en el número musical de las cartas?
- Sí. Siempre he tenido los pies muy débiles. De pequeño tuve que llevar uno de esos aparatos de hierro, pues nací con el pie derecho un poco torcido. En aquel número, iba montado sobre una bicicleta y atravesaba el escenario manejando sin manos. El director, en este caso el señor Li Han Xiang, dijo que quería que nos entregáramos con todas nuestras fuerzas en ese número. Yo crucé el escenario en aquella bicicleta con todas mis fuerzas. Claro que no sabía que los frenos estaban rotos. Me rompí la rodilla y un diente. La señora Chang vino a visitarme al hospital. Y nunca olvidaré las palabras que me dijo cuando se despidió de mí en aquel hospital. "No se preocupe, joven. Dentro de muchos años y en algún lugar del mundo, hablarán sobre nosotros. El cine nos hará inmortales".
Ayer vi otra vez Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952). Y mientras bailaba en voz baja, recordé un número musical de la última película de Tsai Ming-liang y pensé que era una verdadera pena el no haber visto nunca musicales orientales protagonizados por la gran Grace Chang, toda una musa en el cine de Hong Kong de los años cincuenta.
Si algún día tengo un cuaderno de cine en el que poder escribir películas, me inventaré una entrevista entrañable a uno de estos bailarines anónimos que trabajaron en las grandes producciones musicales de los estudios.
- ¿Cuál fue su papel en Mambo girl?
- Yo salía en la secuencia final de la piscina, justo en la parte de atrás, al lado de una chica vestida de sardina de color verde. Yo iba disfrazado de pulpo, y tenía que mover mucho los brazos para que los tentáculos se movieran. Recuerdo que el director, el señor Wen Yi, no dejaba de gritar "¡Los pulpos, que su muevan los pulpos!".
- ¿Volvió a trabajar en alguna otra ocasión con Grace Chang?
- Sí, en La rosa salvaje. En aquella película tenía una aparición muy breve en la secuencia de las ventanas. Era el momento en el que los enamorados se despedían, y yo, junto con los otros bailarines y figurantes, tenía que decir adiós desde uno de los balcones y después lanzaba pañuelos desde la parte alta de la estación.
- ¿Es cierto que en Amor eterno se lesionó en el número musical de las cartas?
- Sí. Siempre he tenido los pies muy débiles. De pequeño tuve que llevar uno de esos aparatos de hierro, pues nací con el pie derecho un poco torcido. En aquel número, iba montado sobre una bicicleta y atravesaba el escenario manejando sin manos. El director, en este caso el señor Li Han Xiang, dijo que quería que nos entregáramos con todas nuestras fuerzas en ese número. Yo crucé el escenario en aquella bicicleta con todas mis fuerzas. Claro que no sabía que los frenos estaban rotos. Me rompí la rodilla y un diente. La señora Chang vino a visitarme al hospital. Y nunca olvidaré las palabras que me dijo cuando se despidió de mí en aquel hospital. "No se preocupe, joven. Dentro de muchos años y en algún lugar del mundo, hablarán sobre nosotros. El cine nos hará inmortales".
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