Geografías sin nombre
Domingo 17 de abril
Es posible que en Letonia la realidad siga siendo aún en blanco y negro. Quién sabe. Quién sabe qué puede estar sucediendo en todos aquellos países fríos que dejaron un día de pertenecer a los territorios soviéticos y que tuvieron que redefinir su verdadero sentido y lugar en la historia contemporánea. Letonia. Suena tan lejano como Estonia, como Lituania, como Bielorrusia; suena tan desconocido como las orillas del Mar Báltico, como las mareas del Golfo de Riga. Es posible que en Letonia la realidad siga siendo aún en blanco y negro. O al menos es fácil imaginar una noche oscura y helada muy cerca del río, el olor del vodka barato saliendo del único bar abierto, unos personajes deambulando hacia ninguna parte. Es fácil imaginar una película triste y en blanco y negro rodada en algún lugar de ese territorio del desencanto llamado la Europa del Este.
El director alemán Fred Kelemen presentaba a primera hora del día una película hablada en letón y titulada Fallen (Krisana en su versión original). Y todo comenzaba justamente con una noche oscura y helada, con un personaje deambulando a paso lento, con una joven de ojos verdes fotografiados en blanco y negro a punto de saltar para siempre al fondo del río Daugava. El archivista Matiss Zelcs observa a la joven suicida y sigue su camino, como cada día, a paso lento, fumando con intensidad, con las solapas de su abrigo protegiéndole las mejillas, sin necesidad de mirar atrás. Y entonces el sonido de un cuerpo cayendo al agua rompe la calma; un grito de socorro, un momento de duda y después la noche, otra vez la noche fría.
Soy una persona corriente. Es la forma en la que el protagonista define sus días y su persona. Todo es demasiado corriente y la película transmite esa rutina a través de sus planos de secuencias lentas, a través de su fotografía de colores grises. Y la historia avanza por ese itinerario oscuro en el que el personaje trata de cerrar todas las heridas que se abrieron el día en el que la chica de ojos verdes saltó al fondo del río. ¿Es posible conseguir el perdón de un fantasma, de alguien que ya no está?
Hay un momento en la película en el que me he acordado de otras películas que se podrían llamar de observación de fotografías. En su intento de redimir su pasividad, el archivista Matiss trata de saber quién era la misteriosa joven que encontró en su paseo nocturno y recupera objetos y fotografías que pertenecieron a la desaparecida. Y observando con atención esas imágenes, reconstruye el pasado de la mujer y entiende el motivo del gran salto. Como cuando Antonioni investigó un asesinato en Blow Up (1966); como cuando Chris Marker unió pasado y futuro en La Jetée (1962).
Krisana parece una película de otro tiempo, de un lugar que podría ser ninguna parte. Y Fred Kelemen imprime con su blanco y negro antiguo una historia de pérdidas y de preguntas difíciles de contestar. ¿Por qué todo es tan triste en Lituania?
Y como si de una extraña excursión se tratara, el día de hoy ha seguido por la senda de las geografías sin nombre y de los personajes en busca de sentido. La segunda del día, perteneciente a la sección a competencia, cambiaba el frío del norte por el desierto de los territorios de Israel. De título caluroso y seco, Athas (Sed), y dirigida por Tawfic Abu Wael, cuenta la vida de una familia que trata de sobrevivir en un antiguo barracón militar situado en mitad de la nada. La caja de cemento armado en la que vive esta familia no es más que la prolongación de la actitud durísima que el padre de familia impone a su mujer e hijos. ¿Por qué han dejado la ciudad para ir a vivir a un lugar inhabitable? ¿Cuáles son los secretos que se esconden entre las paredes secas de esa construcción abandonada? La familia dedica sus días a fabricar carbón vegetal y poco a poco van surgiendo retazos de un pasado vergonzoso y posibilidades de un futuro igual de quebrado.
Quizá excesivamente lenta y sin suficiente fuerza cinematográfica en su presentación, la película ha ido adquiriendo peso a medida que avanzaba el metraje, aunque sin llegar a llenar del todo la pantalla. Y es que es difícil llevar adelante una película tan seca y tan dura como la planteada por Tawfic Abu Wael.
A modo de recuerdo, citaré por sus similitudes de claustrofobia geográfica la película japonesa de Hiroshi Teshigahara La mujer de arena (1963). También me he acordado de Furtivos (1975) de José Luis Borau, por la forma en que este director planteaba una relación familiar límite condenada a la tragedia.
Y fin. A estas alturas de festival no tengo ni idea de cuáles pueden ser las deliberaciones que puede ir tomando el jurado. Entre que llegué un poco tarde y los problemas con las entradas de los primeros días, no he podido ver unas cuantas películas de la sección a competición, por lo que mi visión es aún muy parcial. Diré que aún no he visto una película totalmente emocionante y arrebatadora, a excepción de Tropical Malady de Apichatpong, pero esta era una película que conocía incluso antes de haberla visto. Yo busco la sorpresa de un título desconocido que haga que mi viaje a Buenos Aires sea inolvidable. Una película que pueda recordar dentro de muchos años.
Es posible que en Letonia la realidad siga siendo aún en blanco y negro. Quién sabe. Quién sabe qué puede estar sucediendo en todos aquellos países fríos que dejaron un día de pertenecer a los territorios soviéticos y que tuvieron que redefinir su verdadero sentido y lugar en la historia contemporánea. Letonia. Suena tan lejano como Estonia, como Lituania, como Bielorrusia; suena tan desconocido como las orillas del Mar Báltico, como las mareas del Golfo de Riga. Es posible que en Letonia la realidad siga siendo aún en blanco y negro. O al menos es fácil imaginar una noche oscura y helada muy cerca del río, el olor del vodka barato saliendo del único bar abierto, unos personajes deambulando hacia ninguna parte. Es fácil imaginar una película triste y en blanco y negro rodada en algún lugar de ese territorio del desencanto llamado la Europa del Este.
El director alemán Fred Kelemen presentaba a primera hora del día una película hablada en letón y titulada Fallen (Krisana en su versión original). Y todo comenzaba justamente con una noche oscura y helada, con un personaje deambulando a paso lento, con una joven de ojos verdes fotografiados en blanco y negro a punto de saltar para siempre al fondo del río Daugava. El archivista Matiss Zelcs observa a la joven suicida y sigue su camino, como cada día, a paso lento, fumando con intensidad, con las solapas de su abrigo protegiéndole las mejillas, sin necesidad de mirar atrás. Y entonces el sonido de un cuerpo cayendo al agua rompe la calma; un grito de socorro, un momento de duda y después la noche, otra vez la noche fría.
Soy una persona corriente. Es la forma en la que el protagonista define sus días y su persona. Todo es demasiado corriente y la película transmite esa rutina a través de sus planos de secuencias lentas, a través de su fotografía de colores grises. Y la historia avanza por ese itinerario oscuro en el que el personaje trata de cerrar todas las heridas que se abrieron el día en el que la chica de ojos verdes saltó al fondo del río. ¿Es posible conseguir el perdón de un fantasma, de alguien que ya no está?
Hay un momento en la película en el que me he acordado de otras películas que se podrían llamar de observación de fotografías. En su intento de redimir su pasividad, el archivista Matiss trata de saber quién era la misteriosa joven que encontró en su paseo nocturno y recupera objetos y fotografías que pertenecieron a la desaparecida. Y observando con atención esas imágenes, reconstruye el pasado de la mujer y entiende el motivo del gran salto. Como cuando Antonioni investigó un asesinato en Blow Up (1966); como cuando Chris Marker unió pasado y futuro en La Jetée (1962).
Krisana parece una película de otro tiempo, de un lugar que podría ser ninguna parte. Y Fred Kelemen imprime con su blanco y negro antiguo una historia de pérdidas y de preguntas difíciles de contestar. ¿Por qué todo es tan triste en Lituania?
Y como si de una extraña excursión se tratara, el día de hoy ha seguido por la senda de las geografías sin nombre y de los personajes en busca de sentido. La segunda del día, perteneciente a la sección a competencia, cambiaba el frío del norte por el desierto de los territorios de Israel. De título caluroso y seco, Athas (Sed), y dirigida por Tawfic Abu Wael, cuenta la vida de una familia que trata de sobrevivir en un antiguo barracón militar situado en mitad de la nada. La caja de cemento armado en la que vive esta familia no es más que la prolongación de la actitud durísima que el padre de familia impone a su mujer e hijos. ¿Por qué han dejado la ciudad para ir a vivir a un lugar inhabitable? ¿Cuáles son los secretos que se esconden entre las paredes secas de esa construcción abandonada? La familia dedica sus días a fabricar carbón vegetal y poco a poco van surgiendo retazos de un pasado vergonzoso y posibilidades de un futuro igual de quebrado.
Quizá excesivamente lenta y sin suficiente fuerza cinematográfica en su presentación, la película ha ido adquiriendo peso a medida que avanzaba el metraje, aunque sin llegar a llenar del todo la pantalla. Y es que es difícil llevar adelante una película tan seca y tan dura como la planteada por Tawfic Abu Wael.
A modo de recuerdo, citaré por sus similitudes de claustrofobia geográfica la película japonesa de Hiroshi Teshigahara La mujer de arena (1963). También me he acordado de Furtivos (1975) de José Luis Borau, por la forma en que este director planteaba una relación familiar límite condenada a la tragedia.
Y fin. A estas alturas de festival no tengo ni idea de cuáles pueden ser las deliberaciones que puede ir tomando el jurado. Entre que llegué un poco tarde y los problemas con las entradas de los primeros días, no he podido ver unas cuantas películas de la sección a competición, por lo que mi visión es aún muy parcial. Diré que aún no he visto una película totalmente emocionante y arrebatadora, a excepción de Tropical Malady de Apichatpong, pero esta era una película que conocía incluso antes de haberla visto. Yo busco la sorpresa de un título desconocido que haga que mi viaje a Buenos Aires sea inolvidable. Una película que pueda recordar dentro de muchos años.
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