Había una vez un tigre...
Sábado 16 de abril
Hace ya casi dos años viajé a Bankog para visitar a un amigo que llevaba un tiempo viviendo en el país; aparte de la aventura que puede suponer el encuentro de dos viejos amigos del colegio en un país de temperatura exótica, la intención secreta de aquel viaje lejano consistía en ver la última película del director tailandés Apichatpong Weerasethakul. Al final no pude ver la película y tampoco pude entrevistar a su director, pero puedo escribir que conocí la selva. Conocí la selva y por primera vez en mi vida tuve la sensación de estar dentro de un bosque que se movía. Después de pasar unos días en la ciudad, contraté un viaje a unas cataratas que había en mitad de un parque natural y llegué cerca de la frontera norte. Repaso mi cuaderno de notas del viaje y encuentro una anotación significativa: La selva es como el mar. La selva es como el desierto. La selva es como el interior de una ballena. La selva es violentamente verde y sonora. Caminar por la selva era como caminar sobre un cuerpo vivo, era como estar en el interior de un animal.
¿Hay tigres?
No. Ya no que dan tigres en esta zona.
Quería saber si había tigres. En el albergue en el que me hospedaba me dijeron que muy cerca del parque había un zoológico-reserva y que allí se podían ver unos tigres que un monje budista se había encargado de domesticar. El lugar resultó ser un parque totalmente preparado para que los turistas se sacaran fotos. No me gustó, pero pude ver de cerca aquellos felinos de movimientos pausados y entendí la fascinación que habían provocado a lo largo de la historia en los narradores de relatos. Había una vez un tigre era la mejor manera de comenzar un relato contado alrededor del fuego y la tradición oral tailandesa tenía muchos cuentos que comenzaban así.
Hoy he podido ver la última película del director tailandés Apichatpong Weerasethakul, titulada Tropical Malady, y mientras contemplaba sus imágenes he recordado el viaje que hice una vez al interior de aquel bosque en el que ya no quedaban tigres. Era la primera película del día y la pasaban fuera de competición y en una sección llamada Trayectorias, que es un repaso a los títulos que han destacado en otro festivales.
Antes de seguir, diré que todos los periodistas hemos comenzado el día corriendo para conseguir las entradas para mañana. Y a pesar de que el deporte sea bueno y todo eso que dicen algunos, esto es una queja: las puertas del recinto del festival se abren a las diez de la mañana y la primera película es a las diez y cuarto. Es evidente que no hay demasiado tiempo desde que abren las taquillas de venta de entradas para el día siguiente y la primera sesión, por lo que todas las mañanas hay que situarse a las puertas de manera estratégica y atarse los zapatos muy fuerte para luchar por los primeros puestos. ¿No podría hacer algo el festival para solucionar estas carreras peligrosas a unas horas en las que lo último que apetece es correr por un centro comercial recién encerado? A quien corresponda.
Y sigo. Que el señor Weerasethakul es un tipo original, raro, único y a veces radical en sus planteamientos cinematográficos lo sabemos todos los que hemos seguido los festivales de cine internacional de los últimos años. Y después de ver la película de hoy sólo puedo confirmar que el director el señor Weerasethakul es un tipo original, raro, único y radical en sus planteamientos, pues sus películas rompen en mil pedazos la tradición narrativa convencional y juegan a marcar de manera totalmente libre y creativa ritmos y tonos que sumados en una pantalla dan como resultado sus peculiares obras cinematográficas.
No hay guiones cerrados sino imágenes. Por lo que tratar de contar lo visto en pantalla es algo complicado, aunque se podría comenzar diciendo que la película no es una película sino dos. O más. Al igual que sucedía en su anterior obra, Blissfully Yours (2002), la estructura de las imágenes no sigue la lógica de la narrativa clásica y la historia se rompe a mitad de proyección para introducir en ese momento un argumento independiente. Todo comienza con un prólogo extraño en el que unos militares encuentran un cadáver en mitad del campo. Después, y sin necesidad de continuidad, sigue una historia de amor y de miradas entre un campesino que trabaja y vive en la selva y un militar destinado a ese lugar. Y el estilo Weerasethakul prescinde casi de diálogos y propone secuencias en las que vemos a los protagonistas paseando, compartiendo una cena, hablando bajo una tormenta tropical, cantando en un espectáculo en la ciudad, compartiendo un viaje en moto y desapareciendo en la oscuridad de la selva. Son imágenes para una historia de amor en la que los personajes se limitan a habitar y compartir un espacio. Y esta parte tiene algo de paseo visual para el espectador. Paseo lento e intenso.
Es entonces cuando todo vuelve a romperse y llega la historia del tigre. Los personajes son los mismos, pero la historia ya no es una historia de amor sino la de una cacería. Unos títulos van contando una leyenda tradicional que habla de un tigre y de su tristeza en mitad de la selva. El militar sigue los pasos del felino y el felino se personifica en el cuerpo del campesino, que camina desnudo por la selva. Había una vez un tigre.... De esta forma comienza el relato fantástico en el que animales y humanos se entienden y se hacen preguntas sobre sus destinos. Y todo lo que en la primera parte era contención y ritmo lento se torna aquí tensión y soledad en una selva invadida por la noche y por los ruidos y pasos temerosos del tigre y del militar.
Tropical Malady es una película extraña. Emocionante y extraña.
Quería saber si había tigres cuando paseé por primera vez por una selva que parecía el interior de una animal. Hoy diré que los tigres y sus secretos están en el interior de esta película de Apichatpong Weerasethakul.
Poco más en el día de hoy; ha sido un sábado tranquilo en el que he paseado por el barrio de Recoleta acompañado por la agradable temperatura de final de verano. Y es que mi segundo intento cinematográfico del día ha sido un fracaso: la película, en la sección argentina a competición, se titulaba Do u cry 4 me Argentina? y la dirigía el argentino-coreano Bae Youn Suk. La sinopsis hablaba de una obra rodada en Buenos Aires e interpretada por miembros de la comunidad coreana de la ciudad, que según los títulos de crédito son más de veinte mil. Pero el resultado es un ejercicio de director primerizo con demasiadas cosas que decir y sin un editor amigo que le explicara que en una película no se puede contar todo. Mi pregunta para el director es simple: ¿Por qué en vez de tantos juegos de edición y de mezclas tipo video clip no se ha limitado a inventar un buen trabajo documental? Algo había en la película que podría haber convertido a sus imágenes en una película. Pero no ha sido así y he preferido salir antes del final para disfrutar de un tranquilo día de buen tiempo.
Después de la carrera de primera hora, puedo decir que por fin tengo entradas para ver películas fuera del limitado horario de pases para prensa. Mañana veré cuatro películas y estas crónicas lentas se convertirán en apuntes breves.
Termino con una historia con sintonía de fondo: la sala de escritura de prensa está justo al lado de una guardería en la que se celebran cumpleaños y fiestas para niños. Todos los días cantan algo. Y hoy, mientras escribía todo esto que he escrito, un grupo de niños ha cantando el que los cumplas feliz a una niña llamada Agustina. Felicidades para Agustina y mañana más.
Hace ya casi dos años viajé a Bankog para visitar a un amigo que llevaba un tiempo viviendo en el país; aparte de la aventura que puede suponer el encuentro de dos viejos amigos del colegio en un país de temperatura exótica, la intención secreta de aquel viaje lejano consistía en ver la última película del director tailandés Apichatpong Weerasethakul. Al final no pude ver la película y tampoco pude entrevistar a su director, pero puedo escribir que conocí la selva. Conocí la selva y por primera vez en mi vida tuve la sensación de estar dentro de un bosque que se movía. Después de pasar unos días en la ciudad, contraté un viaje a unas cataratas que había en mitad de un parque natural y llegué cerca de la frontera norte. Repaso mi cuaderno de notas del viaje y encuentro una anotación significativa: La selva es como el mar. La selva es como el desierto. La selva es como el interior de una ballena. La selva es violentamente verde y sonora. Caminar por la selva era como caminar sobre un cuerpo vivo, era como estar en el interior de un animal.
¿Hay tigres?
No. Ya no que dan tigres en esta zona.
Quería saber si había tigres. En el albergue en el que me hospedaba me dijeron que muy cerca del parque había un zoológico-reserva y que allí se podían ver unos tigres que un monje budista se había encargado de domesticar. El lugar resultó ser un parque totalmente preparado para que los turistas se sacaran fotos. No me gustó, pero pude ver de cerca aquellos felinos de movimientos pausados y entendí la fascinación que habían provocado a lo largo de la historia en los narradores de relatos. Había una vez un tigre era la mejor manera de comenzar un relato contado alrededor del fuego y la tradición oral tailandesa tenía muchos cuentos que comenzaban así.
Hoy he podido ver la última película del director tailandés Apichatpong Weerasethakul, titulada Tropical Malady, y mientras contemplaba sus imágenes he recordado el viaje que hice una vez al interior de aquel bosque en el que ya no quedaban tigres. Era la primera película del día y la pasaban fuera de competición y en una sección llamada Trayectorias, que es un repaso a los títulos que han destacado en otro festivales.
Antes de seguir, diré que todos los periodistas hemos comenzado el día corriendo para conseguir las entradas para mañana. Y a pesar de que el deporte sea bueno y todo eso que dicen algunos, esto es una queja: las puertas del recinto del festival se abren a las diez de la mañana y la primera película es a las diez y cuarto. Es evidente que no hay demasiado tiempo desde que abren las taquillas de venta de entradas para el día siguiente y la primera sesión, por lo que todas las mañanas hay que situarse a las puertas de manera estratégica y atarse los zapatos muy fuerte para luchar por los primeros puestos. ¿No podría hacer algo el festival para solucionar estas carreras peligrosas a unas horas en las que lo último que apetece es correr por un centro comercial recién encerado? A quien corresponda.
Y sigo. Que el señor Weerasethakul es un tipo original, raro, único y a veces radical en sus planteamientos cinematográficos lo sabemos todos los que hemos seguido los festivales de cine internacional de los últimos años. Y después de ver la película de hoy sólo puedo confirmar que el director el señor Weerasethakul es un tipo original, raro, único y radical en sus planteamientos, pues sus películas rompen en mil pedazos la tradición narrativa convencional y juegan a marcar de manera totalmente libre y creativa ritmos y tonos que sumados en una pantalla dan como resultado sus peculiares obras cinematográficas.
No hay guiones cerrados sino imágenes. Por lo que tratar de contar lo visto en pantalla es algo complicado, aunque se podría comenzar diciendo que la película no es una película sino dos. O más. Al igual que sucedía en su anterior obra, Blissfully Yours (2002), la estructura de las imágenes no sigue la lógica de la narrativa clásica y la historia se rompe a mitad de proyección para introducir en ese momento un argumento independiente. Todo comienza con un prólogo extraño en el que unos militares encuentran un cadáver en mitad del campo. Después, y sin necesidad de continuidad, sigue una historia de amor y de miradas entre un campesino que trabaja y vive en la selva y un militar destinado a ese lugar. Y el estilo Weerasethakul prescinde casi de diálogos y propone secuencias en las que vemos a los protagonistas paseando, compartiendo una cena, hablando bajo una tormenta tropical, cantando en un espectáculo en la ciudad, compartiendo un viaje en moto y desapareciendo en la oscuridad de la selva. Son imágenes para una historia de amor en la que los personajes se limitan a habitar y compartir un espacio. Y esta parte tiene algo de paseo visual para el espectador. Paseo lento e intenso.
Es entonces cuando todo vuelve a romperse y llega la historia del tigre. Los personajes son los mismos, pero la historia ya no es una historia de amor sino la de una cacería. Unos títulos van contando una leyenda tradicional que habla de un tigre y de su tristeza en mitad de la selva. El militar sigue los pasos del felino y el felino se personifica en el cuerpo del campesino, que camina desnudo por la selva. Había una vez un tigre.... De esta forma comienza el relato fantástico en el que animales y humanos se entienden y se hacen preguntas sobre sus destinos. Y todo lo que en la primera parte era contención y ritmo lento se torna aquí tensión y soledad en una selva invadida por la noche y por los ruidos y pasos temerosos del tigre y del militar.
Tropical Malady es una película extraña. Emocionante y extraña.
Quería saber si había tigres cuando paseé por primera vez por una selva que parecía el interior de una animal. Hoy diré que los tigres y sus secretos están en el interior de esta película de Apichatpong Weerasethakul.
Poco más en el día de hoy; ha sido un sábado tranquilo en el que he paseado por el barrio de Recoleta acompañado por la agradable temperatura de final de verano. Y es que mi segundo intento cinematográfico del día ha sido un fracaso: la película, en la sección argentina a competición, se titulaba Do u cry 4 me Argentina? y la dirigía el argentino-coreano Bae Youn Suk. La sinopsis hablaba de una obra rodada en Buenos Aires e interpretada por miembros de la comunidad coreana de la ciudad, que según los títulos de crédito son más de veinte mil. Pero el resultado es un ejercicio de director primerizo con demasiadas cosas que decir y sin un editor amigo que le explicara que en una película no se puede contar todo. Mi pregunta para el director es simple: ¿Por qué en vez de tantos juegos de edición y de mezclas tipo video clip no se ha limitado a inventar un buen trabajo documental? Algo había en la película que podría haber convertido a sus imágenes en una película. Pero no ha sido así y he preferido salir antes del final para disfrutar de un tranquilo día de buen tiempo.
Después de la carrera de primera hora, puedo decir que por fin tengo entradas para ver películas fuera del limitado horario de pases para prensa. Mañana veré cuatro películas y estas crónicas lentas se convertirán en apuntes breves.
Termino con una historia con sintonía de fondo: la sala de escritura de prensa está justo al lado de una guardería en la que se celebran cumpleaños y fiestas para niños. Todos los días cantan algo. Y hoy, mientras escribía todo esto que he escrito, un grupo de niños ha cantando el que los cumplas feliz a una niña llamada Agustina. Felicidades para Agustina y mañana más.
0 comentarios