Corea brillante y los tangos de David Lynch
Jueves 21 de abril
Último día. Hoy es mi último día en Buenos Aires. O en ninguna parte, porque pasar una semana viviendo en el motor de un proyector de cine no puede decirse que sea estar en una ciudad. Lo pienso muchas veces después de los festivales ¿Merece la pena pasar tanto tiempo a oscuras y sin importarme nada el movimiento rápido e imparable de la ciudad en la que se desarrolla todo esto? No tengo una respuesta clara, pero ahora mismo se me ocurre pensar que ir al cine no es hacer turismo. Ir al cine durante un festival es otra cosa. Para mí es otra cosa. De lo que estoy seguro es de que no me gusta pasar tanto tiempo en el interior de un centro comercial, por mucho festival que haya de por medio. Y ahora que termina todo esto, vuelvo a echar de menos las calles de San Sebastián y el menú del día del restaurante Aloña (ensalada de tomate y carne en salsa), los paseos entre película y película cerca del mar y el bocadillo con vino del Etxaniz antes de retirarse a casa a seguir soñando con imágenes. Lo dice Graciela Borges en la entrevista que le hacen hoy en la revista del festival: La vida es más importante que el cine.
Quiero comenzar esta última crónica recordando Corea. El año pasado, la cinemateca de Montevideo organizó un festival de cine coreano y el embajador de este país del sur hizo una presentación del ciclo que a mí me pareció totalmente surrealista. Con un micrófono en la mano y simulando ser uno de esos viejos y experimentados cantantes de karaoke, el embajador soltó el típico rollo diplomático de tono oficial en el que no se dice nada: que estaba muy contento, que la colaboración entre los dos países, que la hermandad de los pueblos del mundo, que si el cine es un espejo de la cultura, que si la labor de cinemateca era fundamental... Hasta ese momento, todo bien y dentro de lo que uno puede esperar de un señor con carrera diplomática e interés cinematográfico nulo. Lo curioso fue cuando siguió diciendo que las películas elegidas para el ciclo mostraban la sensibilidad del pueblo coreano, su buena educación y las buenas formas de una cultura milenaria. Y digo curioso, porque la película de inauguración era Samaria (2004) de Kim Ki-duk, que de buenas formas no tiene nada, y sí en cambio de violencia, dolor en los ojos y heridas en los cuerpos de los personajes. Es como si ZP presentara un ciclo de derechos humanos en Teherán y pasaran como primera película Torrente. O algo así. En aquel momento supe que los coreanos eran muy raros. También supe después de ver esta película que uno de los platos tradicionales del país es el perro asado, pero esto es otra historia.
Hoy he decidido comenzar el repaso del festival con Corea porque acabo de salir de una película rarísima. Quizá la más rara y bizarra de las vistas estos días. No me ha gustado casi nada pero de tan rara, tiene algo. Se titula So cute y la dirige Kim Soo-Huyn. No he entendido nada del argumento y esto me lleva a pensar que las películas de los directores coreanos consagrados en los festivales internacionales, Kim Ki-duk por ejemplo, son obras preparadas de alguna forma para que se comprendan en el exterior. Porque la de hoy era una historia de las que deben verse en los cines de los centros comerciales de Corea y no había manera de hilar argumento y personajes. Es algo así como una historia de tres hermanos, de una chica joven, de unos mafiosos, de una niña borracha y de un edificio que quieren desalojar. Y creo que era de risa, porque los coreanos que había en la sala se reían mucho. He olvidado decir que antes de que comenzara la película, una chica de la organización ha dicho que algunas partes del filme estaban sin subtitular por un problema en la copia pero que no nos preocupáramos porque prácticamente se podía entender todo. ¿Prácticamente? Pues lo que faltaba. Al final creo que he entendido más esas partes en coreano puro que el resto de la película, pero bueno. Cuento una secuencia a modo de ejemplo de la sensibilidad del pueblo coreano, su buena educación y las buenas formas de su cultura: en un momento, la niña de la película le dice a la chica joven que acaba de tener la regla y para celebrarlo se emborrachan en un bar y va la niña y se convierte en un personaje de dibujos animados al estilo Candy-Candy y canta una canción totalmente pop y con estrellitas brillando por toda la pantalla. Y claro, toda la sala encantada con Corea y su sensibilidad etílica.
Podría seguir con oriente y con algunas palabras para la película de última hora de ayer, The Wayward cloud de Tsai Ming Liang. Pero no voy a decir casi nada. Fue mi película preferida en Berlín. Y ahora vuelve a ser emocionante. Se me ocurre pensar que quizá sea la película porno menos porno y más de amor clásico de toda la historia del cine.
Y termino con dos apuntes sobre cine argentino. Diré antes, que todas esas películas con hijos con canas, novias felices, señoras mayores y Ricardo Darín tocando la trompeta son películas que no me interesan en absoluto. Por supuesto que hay directores muchísimo más interesantes. Lucrecia Martel, por ejemplo. Se suponía que la mañana de hoy era una mañana para encontrarse con los representantes del otro cine argentino, pero mi sensación después de las dos películas de la mañana es más bien agria.
A las diez han pasado en función especial Géminis de Albertina Carri. Creo que llegaba con fama de polémica por el tema que trata, pues cuenta la historia de amor e incesto de dos hermanos de una familia bien de Buenos Aires. Los hermanos, efectivamente, se quieren mucho, se besan mucho y se tocan mientras suena una canción que dice tócame despacio, tócame mucho. Vale. ¿Pero qué más? Había también una madre pesada, un padre ausente, un hermano que llega de España, una novia gallega y no sé qué más boludeces. Lucrecia Martel sigue pareciéndome la gran maestra de los secretos y de lo sutil. La de hoy era un apunte totalmente fallido, tópico y evidente. Y, a pesar de que algunos periodistas de por aquí aseguraban entusiasmados que los chicos actuaban bárbaro, yo creo que actuaban muy mal. Es una película mala. Sin más.
Y va después y llega un artista. Sobre los artistas pretenciosos en el cine se podría escribir mucho. Pero de los artistas pretenciosos que hacen bailar un tango a David Lych, pues como que sólo se me ocurre decir una cosa: ¡por favor! El título es Monobloc y la dirige el argentino y jovenzuelo Luis Ortega. Creo que con esta película puede pasar como con muchas películas de riesgo: algunos las odian y otros las convierten en piezas de culto. Hoy me toca odiarla. Quizá no tanto, pero es que me ha sonado a juego de director hueco con imágenes bonitas al fondo. Voy a tratar de aclararme un poco: la propuesta estética y argumental es interesante. La acción se sitúa en un edificio abandonado y de ambiente post-apocalíptico y las protagonistas son tres mujeres que viven en ese extraño bloque: Graciela Borges, Rita Cortese y Carolina Fal. Y la historia se traza con diálogos y secuencias de esbozo rápido que no permiten en ningún momento comprender qué es lo que realmente está sucediendo en ese lugar. Aclaro que yo soy un defensor de que las cosas no se entiendan (leí cuatro veces el libro de Vila-Matas titulado Aunque no se entienda nada) y que en ningún caso eso puede molestarme, pero me da la sensación de que las matemáticas y el cálculo estético ganan otra vez al cine y que la historia se hunde en sí misma. También podría pasar que esto lo firma David Lynch y en americano con subtítulos y que me encanta. Pero es que con un David Lych tengo bastante. Y otra vez me acuerdo de Lucrecia Martel y de su naturalidad para crear ambientes extraños sin necesidad de filmar nada extraño. A ella le basta con observar y escuchar con atención. Otro necesitan decir de manera evidente que están construyendo una obra de arte. Y, ya lo dije en el apunte de ayer, yo siempre he preferido los números invisibles, los hilos que no se ven.
Y casi fin. Esta noche dejo el centro comercial y me cambio a un cine llamado América. A las nueve veré otra película del japonés Ryuichi Hiroki. Y a las once la última de John Waters. Mañana por la mañana salgo del puerto con destino a Montevideo. La vida continúa.
Último día. Hoy es mi último día en Buenos Aires. O en ninguna parte, porque pasar una semana viviendo en el motor de un proyector de cine no puede decirse que sea estar en una ciudad. Lo pienso muchas veces después de los festivales ¿Merece la pena pasar tanto tiempo a oscuras y sin importarme nada el movimiento rápido e imparable de la ciudad en la que se desarrolla todo esto? No tengo una respuesta clara, pero ahora mismo se me ocurre pensar que ir al cine no es hacer turismo. Ir al cine durante un festival es otra cosa. Para mí es otra cosa. De lo que estoy seguro es de que no me gusta pasar tanto tiempo en el interior de un centro comercial, por mucho festival que haya de por medio. Y ahora que termina todo esto, vuelvo a echar de menos las calles de San Sebastián y el menú del día del restaurante Aloña (ensalada de tomate y carne en salsa), los paseos entre película y película cerca del mar y el bocadillo con vino del Etxaniz antes de retirarse a casa a seguir soñando con imágenes. Lo dice Graciela Borges en la entrevista que le hacen hoy en la revista del festival: La vida es más importante que el cine.
Quiero comenzar esta última crónica recordando Corea. El año pasado, la cinemateca de Montevideo organizó un festival de cine coreano y el embajador de este país del sur hizo una presentación del ciclo que a mí me pareció totalmente surrealista. Con un micrófono en la mano y simulando ser uno de esos viejos y experimentados cantantes de karaoke, el embajador soltó el típico rollo diplomático de tono oficial en el que no se dice nada: que estaba muy contento, que la colaboración entre los dos países, que la hermandad de los pueblos del mundo, que si el cine es un espejo de la cultura, que si la labor de cinemateca era fundamental... Hasta ese momento, todo bien y dentro de lo que uno puede esperar de un señor con carrera diplomática e interés cinematográfico nulo. Lo curioso fue cuando siguió diciendo que las películas elegidas para el ciclo mostraban la sensibilidad del pueblo coreano, su buena educación y las buenas formas de una cultura milenaria. Y digo curioso, porque la película de inauguración era Samaria (2004) de Kim Ki-duk, que de buenas formas no tiene nada, y sí en cambio de violencia, dolor en los ojos y heridas en los cuerpos de los personajes. Es como si ZP presentara un ciclo de derechos humanos en Teherán y pasaran como primera película Torrente. O algo así. En aquel momento supe que los coreanos eran muy raros. También supe después de ver esta película que uno de los platos tradicionales del país es el perro asado, pero esto es otra historia.
Hoy he decidido comenzar el repaso del festival con Corea porque acabo de salir de una película rarísima. Quizá la más rara y bizarra de las vistas estos días. No me ha gustado casi nada pero de tan rara, tiene algo. Se titula So cute y la dirige Kim Soo-Huyn. No he entendido nada del argumento y esto me lleva a pensar que las películas de los directores coreanos consagrados en los festivales internacionales, Kim Ki-duk por ejemplo, son obras preparadas de alguna forma para que se comprendan en el exterior. Porque la de hoy era una historia de las que deben verse en los cines de los centros comerciales de Corea y no había manera de hilar argumento y personajes. Es algo así como una historia de tres hermanos, de una chica joven, de unos mafiosos, de una niña borracha y de un edificio que quieren desalojar. Y creo que era de risa, porque los coreanos que había en la sala se reían mucho. He olvidado decir que antes de que comenzara la película, una chica de la organización ha dicho que algunas partes del filme estaban sin subtitular por un problema en la copia pero que no nos preocupáramos porque prácticamente se podía entender todo. ¿Prácticamente? Pues lo que faltaba. Al final creo que he entendido más esas partes en coreano puro que el resto de la película, pero bueno. Cuento una secuencia a modo de ejemplo de la sensibilidad del pueblo coreano, su buena educación y las buenas formas de su cultura: en un momento, la niña de la película le dice a la chica joven que acaba de tener la regla y para celebrarlo se emborrachan en un bar y va la niña y se convierte en un personaje de dibujos animados al estilo Candy-Candy y canta una canción totalmente pop y con estrellitas brillando por toda la pantalla. Y claro, toda la sala encantada con Corea y su sensibilidad etílica.
Podría seguir con oriente y con algunas palabras para la película de última hora de ayer, The Wayward cloud de Tsai Ming Liang. Pero no voy a decir casi nada. Fue mi película preferida en Berlín. Y ahora vuelve a ser emocionante. Se me ocurre pensar que quizá sea la película porno menos porno y más de amor clásico de toda la historia del cine.
Y termino con dos apuntes sobre cine argentino. Diré antes, que todas esas películas con hijos con canas, novias felices, señoras mayores y Ricardo Darín tocando la trompeta son películas que no me interesan en absoluto. Por supuesto que hay directores muchísimo más interesantes. Lucrecia Martel, por ejemplo. Se suponía que la mañana de hoy era una mañana para encontrarse con los representantes del otro cine argentino, pero mi sensación después de las dos películas de la mañana es más bien agria.
A las diez han pasado en función especial Géminis de Albertina Carri. Creo que llegaba con fama de polémica por el tema que trata, pues cuenta la historia de amor e incesto de dos hermanos de una familia bien de Buenos Aires. Los hermanos, efectivamente, se quieren mucho, se besan mucho y se tocan mientras suena una canción que dice tócame despacio, tócame mucho. Vale. ¿Pero qué más? Había también una madre pesada, un padre ausente, un hermano que llega de España, una novia gallega y no sé qué más boludeces. Lucrecia Martel sigue pareciéndome la gran maestra de los secretos y de lo sutil. La de hoy era un apunte totalmente fallido, tópico y evidente. Y, a pesar de que algunos periodistas de por aquí aseguraban entusiasmados que los chicos actuaban bárbaro, yo creo que actuaban muy mal. Es una película mala. Sin más.
Y va después y llega un artista. Sobre los artistas pretenciosos en el cine se podría escribir mucho. Pero de los artistas pretenciosos que hacen bailar un tango a David Lych, pues como que sólo se me ocurre decir una cosa: ¡por favor! El título es Monobloc y la dirige el argentino y jovenzuelo Luis Ortega. Creo que con esta película puede pasar como con muchas películas de riesgo: algunos las odian y otros las convierten en piezas de culto. Hoy me toca odiarla. Quizá no tanto, pero es que me ha sonado a juego de director hueco con imágenes bonitas al fondo. Voy a tratar de aclararme un poco: la propuesta estética y argumental es interesante. La acción se sitúa en un edificio abandonado y de ambiente post-apocalíptico y las protagonistas son tres mujeres que viven en ese extraño bloque: Graciela Borges, Rita Cortese y Carolina Fal. Y la historia se traza con diálogos y secuencias de esbozo rápido que no permiten en ningún momento comprender qué es lo que realmente está sucediendo en ese lugar. Aclaro que yo soy un defensor de que las cosas no se entiendan (leí cuatro veces el libro de Vila-Matas titulado Aunque no se entienda nada) y que en ningún caso eso puede molestarme, pero me da la sensación de que las matemáticas y el cálculo estético ganan otra vez al cine y que la historia se hunde en sí misma. También podría pasar que esto lo firma David Lynch y en americano con subtítulos y que me encanta. Pero es que con un David Lych tengo bastante. Y otra vez me acuerdo de Lucrecia Martel y de su naturalidad para crear ambientes extraños sin necesidad de filmar nada extraño. A ella le basta con observar y escuchar con atención. Otro necesitan decir de manera evidente que están construyendo una obra de arte. Y, ya lo dije en el apunte de ayer, yo siempre he preferido los números invisibles, los hilos que no se ven.
Y casi fin. Esta noche dejo el centro comercial y me cambio a un cine llamado América. A las nueve veré otra película del japonés Ryuichi Hiroki. Y a las once la última de John Waters. Mañana por la mañana salgo del puerto con destino a Montevideo. La vida continúa.
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jamonetis -